Rilke murió de una leucemia en Diciembre de 1926. El empeoramiento de su estado físico, que lo llevó a la muerte, se produjo a raíz de haberse pinchado con la espina de una rosa mientras cuidaba el jardín del castillo Muzot, en Suiza, donde vivió retirado los últimos años de su vida. Sin duda que su muerte fue una muerte poética y en ese sentido, una "muerte propia", ésa que debe calzarle a uno "como un vestido".
Desde niño sufrió de intensos estados de angustia y de miedo a la muerte, estados que no lo abandonaron hasta el fin de sus días. Lou Andreas-Salomé , quien fuera primero su amante y luego su amiga , se vinculó mucho con la escuela psicoanalítica a través de su amistad con Freud y al verlo sufrir de estos estados de angustia y melancolía le recomendó encarecidamente someterse a un psicoanálisis.
El mencionado psiquiatra, Viktor von Gebsattel, quien había sido amigo de juventud del poeta en París a principios de siglo, también le habría recomendado este tratamiento. Gebsattel fue el maestro de Tellenbach, mi propio maestro, de quien yo escuché detalles sobre la relación de aquel con Rilke; y así se cierra el circulo. A Tellenbach le debo, por cierto, una buena parte de mi amor por el poeta y de mi interés por su obra.
Detendremos para el análisis en un período muy breve de su vida, que es el que precede al inicio de la composición de las Elegías del Duino a fines de Enero de 1912. Fueron años de mucha oscuridad y sobre todo, improductividad, pero también de angustia. Magistrales descripciones de todo ello las encontramos en su novela, "Los cuadernos de Malte Laurids Brigge" publicada en 1910.
En 28 de diciembre de 1911 le escribe a Lou : "Querida Lou: han pasado casi dos años y sólo tu podrás comprender cuan ... penosamente los he pasado... despierto cada mañana con los hombros helados, esperando una mano que me tome y me sacuda. ¿Cómo es posible qué yo, una persona preparada y educada para la expresión (artística), me encuentre aquí sin vocación, (completamente ) de sobra... ¿Son éstos los síntomas de esta larga convalecencia que es mi vida? ¿O son los síntomas de una nueva enfermedad? ".
Pocos días más tarde le vuelve a escribir , diciendo: " Lo que mas me angustia no es tanto lo largo de la pausa (creativa), sino quizás una suerte de embotamiento, de envejecimiento. Puede ser que el estado de permanente falta de concentración en que vivo tenga quizás una causa física, como una delgadez de la sangre (por ejemplo)... Me levanto cada día con la duda si me resultará hacer algo y esta desconfianza crece ante el hecho que pueden pasar semanas y meses en los cuales yo, y con el mayor esfuerzo, apenas soy capaz de escribir cinco líneas de una carta indiferente..." .
Desde niño sufrió de intensos estados de angustia y de miedo a la muerte, estados que no lo abandonaron hasta el fin de sus días. Lou Andreas-Salomé , quien fuera primero su amante y luego su amiga , se vinculó mucho con la escuela psicoanalítica a través de su amistad con Freud y al verlo sufrir de estos estados de angustia y melancolía le recomendó encarecidamente someterse a un psicoanálisis.
El mencionado psiquiatra, Viktor von Gebsattel, quien había sido amigo de juventud del poeta en París a principios de siglo, también le habría recomendado este tratamiento. Gebsattel fue el maestro de Tellenbach, mi propio maestro, de quien yo escuché detalles sobre la relación de aquel con Rilke; y así se cierra el circulo. A Tellenbach le debo, por cierto, una buena parte de mi amor por el poeta y de mi interés por su obra.
Detendremos para el análisis en un período muy breve de su vida, que es el que precede al inicio de la composición de las Elegías del Duino a fines de Enero de 1912. Fueron años de mucha oscuridad y sobre todo, improductividad, pero también de angustia. Magistrales descripciones de todo ello las encontramos en su novela, "Los cuadernos de Malte Laurids Brigge" publicada en 1910.
En 28 de diciembre de 1911 le escribe a Lou : "Querida Lou: han pasado casi dos años y sólo tu podrás comprender cuan ... penosamente los he pasado... despierto cada mañana con los hombros helados, esperando una mano que me tome y me sacuda. ¿Cómo es posible qué yo, una persona preparada y educada para la expresión (artística), me encuentre aquí sin vocación, (completamente ) de sobra... ¿Son éstos los síntomas de esta larga convalecencia que es mi vida? ¿O son los síntomas de una nueva enfermedad? ".
Pocos días más tarde le vuelve a escribir , diciendo: " Lo que mas me angustia no es tanto lo largo de la pausa (creativa), sino quizás una suerte de embotamiento, de envejecimiento. Puede ser que el estado de permanente falta de concentración en que vivo tenga quizás una causa física, como una delgadez de la sangre (por ejemplo)... Me levanto cada día con la duda si me resultará hacer algo y esta desconfianza crece ante el hecho que pueden pasar semanas y meses en los cuales yo, y con el mayor esfuerzo, apenas soy capaz de escribir cinco líneas de una carta indiferente..." .
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