20 décembre 2006

El arte de la pintura consiste en aclarar y oscurecer los tonos sin decorarlos.


Vuelo de Brujas, Francisco José de Goya y Lucientes, 1798.



El mundo de la brujería estaba muy en boga en los años finales del siglo XVIII. A pesar de los desvelos de la Ilustración por eliminar la superstición de la sociedad española, lo demoniaco atraía a buena parte de los españoles sin distinción de clase social. Goya no es ajeno a este tema, ya sea para criticarlo o para reflejar sus episodios, por lo que realizó entre 1797 y 1798 una serie de pequeños lienzos sobre brujas y aquelarres. Los cuadros fueron posteriormente adquiridos por la Duquesa de Osuna y destinados al palacio de El Capricho, a las afueras de Madrid. El aquelarre y Vuelo de brujas formaban parte de esta serie.

En esta imagen observamos a unas figuras semidesnudas tocadas con largos capirotes llevando en volandas a un hombre desnudo. Bajo el grupo de brujas aparecen varios personajes: uno de ellos se tumba en el suelo y se tapa la cabeza para evitar contemplar la escena y otro se cubre con una tela la cabeza. Al fondo se divisa la silueta de un burro. El episodio tiene lugar a la noche, recortándose las figuras sobre un oscuro fondo, iluminadas por una luz fantasmal.

Posiblemente Goya quiera hacer una crítica al pueblo supersticioso que cree todas las historias que se cuentan, comparándole con el paciente burro que sigue comiendo haciendo caso omiso al espectáculo. La técnica es la habitual en los lienzos de pequeño formato, denominados por el artista de "capricho e invención", en los que puede dejar volar su imaginación. La pincelada suelta, los colores pardos y negros dominando, creando sensaciones y efectos grandiosos.