03 février 2006

Los Fusilamientos del 3 de Mayo

"Los fusilamientos es un cuadro realista, documenta la represión despiadada de las revueltas antifrancesas del mes de Mayo, tal como sería hoy, un reportaje fotográfico sobre las atrocidades del Vietnam. Los soldados no tienen rostro, son marionetas de uniforme, símbolos de un orden que es en cambio violencia y muerte (tema que será tomado por Picasso en Masacre en Corea). En los patriotas que mueren no hay heroismo, no al menos en el sentido clasicista de David, sino fanatismo y terror. La historia como carnicería, como desastre (de este momento son los aguafuertes de los Desastres de la guerra). La matanza se realiza a la luz amarilla de un enorme farol cúbico; es "la luz de la historia" mientras en derredor está la oscuridad de una noche como todas las demás y al fondo está la ciudad con la gente que duerme en su cama.
1914 F. Goya

Cuando David pinta a Marat asesinado, el desorden del suceso -la agresión, la agonía, la muerte- ya está reconstruido; la desgracia aún no ha sido descubierta pero ya ha empezado la historia, Marat ya se ha convertido en una estatua. En el cuadro de Goya nada se realiza ni se convierte en historia, el liberal intenta componer un bello gesto heroico, el fraile busca una última oración, pero el terror es más fuerte. La idea por la que mueren ya se ha disipado, ya no hay más que la muerte física. Dentro de un instante aquellos hombres vivos estarán muertos como los otros, caídos un instante antes y deshechos ya en la horrenda porquería de barro y sangre. En tanto, la ciudad duerme. Eso es la Historia.

Este cuadro "atroz" fue pintado mientras Ingres pintaba su Baigneuse de Valpinçon y Canova retrataba a Paolina Bonaparte desnuda. No basta con decir que, en la perspectiva desesperada de Goya, así como no hay sitio para la naturaleza y para la historia, tampoco hay sitio para lo bello. No es por escrúpulo moral por lo que, al representar un fusilamiento, no quiere entretenerse en observar el bonito efecto de luz o de color. Quiere hacer lo contrario de lo que hace David cuando transforma en estatua un muerto asesinado: presentar una realidad que duele y que queremos que pase, una imagen por la que nos cubrimos los ojos para no verla. Es una imagen que tiene en sí su caducidad inmediata; al cabo de un instante será aún más desesperante. También por este ligar la imagen a la transitoriedad, a la brevedad del tiempo, Goya es un romántico. La vida es sueño, pero la muerte no es despertar, es dormir sin sueños. (...) David era un cultivador de lo bello, un admirador de lo antiguo; pero en 1793, cuando era diputado en la Convención, votó la condena del rey. Es el reverso de la moneda de la historia." (Argan, G.C., ob., cit., págs. 36-38)

Tanto estética como históricamente, el cuadro de Goya es el reverso de El juramento de los Horacios, de David, que plasma la imagen de unos héroes dispuestos a morir por una causa. Goya nos retrata al antihéroe: no al guerrero, sino a la víctima cuya muerte se convierte, casi por azar, en un llamado a los que combaten la opresión. También el estilo de Goya contrasta con el de David, con escasos perfiles marcados y una pintura suelta llena de ambigüedades y sutilezas. Observemos que la postura de estos soldados, repite, a la inversa, la de los Horacios.
El cuadro trasciende su marco histórico y plasma dos rasgos fundamentales del arte goyesco: su capacidad para crear imágenes poderosamente directas y su sentido moral, crítico pero siempre distante.

La víctima central alza los brazos en un gesto que recuerda al Cristo crucificado (incluso apreciamos una marca en su palma derecha). Su postura es una arenga a la humanidad contra la tiranía y la barbarie, tanto más imperiosa cuanto más fútil ante la inminencia de la muerte. El cadáver del primer término, de bruces en un charco de sangre, repite el gesto de la víctima "crucificada".

Aparentemente, la luz proviene del fanal, pero en realidad irradia de la camisa blanca de la víctima central. Las fantasmagóricas sombras intensifican el terror de los rostros, como el de la figura situada a la izquierda de la víctima central, en la que el miedo se dibuja en sus ojos y se muerde las uñas, aterrorizado como un niño. Los soldados disparan de cerca por la escasez de luz, pero Goya acorta la distancia hasta colocar los cañones casi a quemarropa en aras de un mayor dramatismo. Aunque sus gorros los identifican como franceses, los soldados parecen anónimos autómatas, meras máquinas de matar que ejecutan órdenes. La matanza se produjo de madrugada. La implacable negrura del cielo contribuye a crear el tono tétrico del cuadro. Los edificios del fondo no pretenden reproducir con fidelidad ninguna construcción de la época; las ejecuciones se produjeron cerca del actual palacio de Oriente, en la montaña del Príncipe Pío; la torre que se divisa probablemente pertenecía a la iglesia de San Bernardino.