Francisco José de Goya y Lucientes
El Coloso, 1808-1812
Fuendetodos (1746) - Burdeos (1828)
Los grandes genios son siempre difíciles de encasillar. Habitualmente, ellos marcan las pautas de un estilo concreto pero a veces, y es el caso de Goya, se desvinculan del estilo característico de su tiempo. Quizá la figura de Goya sea más atrayente por lo que supone de ruptura. Francisco de Goya y Lucientes nace en un pequeño pueblo de la provincia de Zaragoza llamado Fuendetodos el 30 de marzo de 1746. Sus padres formaban parte de la clase media baja de la época; José Goya era un modesto dorador que poseía un taller en propiedad y poco más, de hecho "no hizo testamento porque no tenía de qué" según consta en su óbito parroquial. Engracia Lucientes pertenecía a una familia de hidalgos rurales venida a menos. La familia tenía casa y tierras en Fuendetodos por lo que el pintor nació en este lugar, pero pronto se trasladaron a Zaragoza. En la capital aragonesa recibió Goya sus primeras enseñanzas; fue a la escuela del padre Joaquín donde conoció a su amigo íntimo Martín Zapater y parece que acudió a la Escuela de dibujo de José Ramírez. Con doce años aparece documentado en el taller de José Luzán, quien le introdujo en el estilo decadente de finales del Barroco. En este taller conoció a los hermanos Bayeu, muy importantes para su carrera profesional. Zaragoza era pequeña y Goya deseaba aprender en la Corte; este deseo motiva el traslado durante 1763 a Madrid, participando en el concurso de las becas destinadas a viajar a Italia que otorgaba la Academia de San Fernando, sin obtener ninguna. En la capital de España se instalará en el taller de Francisco Bayeu, cuyas relaciones con el dictador artístico del momento y promotor del Neoclasicismo, Antón Rafael Mengs, eran excelentes. Bayeu mostrará a Goya las luces, los brillos y el abocetado de la pintura. Durante cinco años permaneció en el taller, concursando regularmente en el asunto de la pensión, siempre con el mismo resultado. Así las cosas, decidió ir a Italia por su cuenta; dicen que llegó a hacer de torero para obtener dinero. El caso es que en 1771 está en Parma, presentándose a un concurso en el que obtendrá el segundo premio; la estancia italiana va a ser corta pero muy productiva. A mediados de 1771 está trabajando en Zaragoza, donde recibirá sus primeros encargos dentro de una temática religiosa y un estilo totalmente académico. El 25 de julio de 1773 Goya contrae matrimonio en Madrid con María Josefa Bayeu, hermana de Francisco y Ramón Bayeu por lo que los lazos se estrechan con su "maestro". Los primeros encargos que recibe en la Corte son gracias a esta relación. Su destino sería la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara, para la que Goya deberá realizar cartones, es decir, bocetos que después se transformarán en tapices. La relación con la Real Fábrica durará 18 años y en ellos realizará sus cartones más preciados: Merienda a orillas del Manzanares, El Quitasol, El Cacharrero, La Vendimia o La Boda. Por supuesto, durante este tiempo va a efectuar otros encargos importantes; en 1780 ingresa en la Academia de San Fernando para la que hará un Cristo crucificado, actualmente en el Museo del Prado. Y ese mismo año decora una cúpula de la Basílica del Pilar de Zaragoza, aunque el estilo colorista y brioso del maestro no gustara al Cabildo catedralicio y provocara el enfrentamiento con su cuñado Francisco Bayeu. Al regresar a Madrid trabaja para la recién inaugurada iglesia de San Francisco el Grande por encargo de un ministro de Carlos III. En Madrid se iniciará la faceta retratística de Goya, pero será durante el verano de 1783 cuando retrate a toda la familia del hermano menor de Carlos III, el infante D. Luis, en Arenas de San Pedro (Ávila), sirviéndole para abrirse camino en la Corte, gracias también a su contacto con las grandes casas nobiliarias como los Duques de Osuna o los de Medinaceli, a los que empezará a retratar, destacando la Familia de los Duques de Osuna, uno de los hitos en la carrera de Goya. Carlos IV sucede a su padre en diciembre de 1788; la relación entre Goya y el nuevo soberano será muy estrecha, siendo nombrado Pintor de Cámara en abril de 1789. Este nombramiento supone el triunfo del artista y la mayor parte de la Corte madrileña pasa por su estudio para hacerse retratos, que cobra a precios elevados. Durante 1792 el pintor cae enfermo; desconocemos cuál es su enfermedad pero sí que como secuela dejará a Goya sordo para el resto de sus días. Ocurrió en Sevilla y Cádiz y en Andalucía se recuperará durante seis meses; esta dolencia hará mucho más ácido su carácter y su genio se verá reforzado. El estilo suave y adulador dejará paso a una nueva manera de trabajar. Al fallecer su cuñado en 1795 ocupará Goya la vacante de Director de Pintura en la Academia de San Fernando, lo que supone un importante reconocimiento. Este mismo año se iniciará la relación con los Duques de Alba, especialmente con Doña Cayetana, cuya belleza y personalidad cautivarán al artista. Cuando ella enviudó, se retiró a Sanlúcar de Barrameda y contó con la compañía de Goya, realizando varios cuadernos de dibujos en los que se ve a la Duquesa en escenas comprometidas. De esta relación surge la hipótesis de que Doña Cayetana fuera la protagonista del cuadro más famoso de Goya: la Maja Desnuda. Pero también intervendrá en la elaboración de los Caprichos, protagonizando algunos de ellos. En estos grabados Goya critica la sociedad de su tiempo de una manera ácida y despiadada, manifestando su ideología ilustrada. En 1798 el artista realiza la llamada Capilla Sixtina de Madrid para emular a la romana de Miguel Ángel: los frescos de San Antonio de la Florida, en los que representa al pueblo madrileño asistiendo a un milagro. Este mismo año firma también el excelente retrato de su amigo Jovellanos. El contacto con los reyes va en aumento hasta llegar a pintar La Familia de Carlos IV, en la que el genio de Goya ha sabido captar a la familia real tal y como era, sin adulaciones ni embellecimientos. La Condesa de Chinchón será otro de los fantásticos retratos del año 1800. Los primeros años del siglo XIX transcurren para Goya de manera tranquila, trabajando en los retratos de las más nobles familias españolas, aunque observa con expectación cómo se desarrollan los hechos políticos. El estallido de la Guerra de la Independencia en mayo de 1808 supone un grave conflicto interior para el pintor ya que su ideología liberal le acerca a los afrancesados y a José I mientras que su patriotismo le atrae hacia los que están luchando contra los franceses. Este debate interno se reflejará en su pintura, que se hace más triste, más negra, como muestran El Coloso o la serie de grabados Los Desastres de la Guerra. Su estilo se hace más suelto y empastado. Al finalizar la contienda pinta sus famosos cuadros sobre el Dos y el Tres de Mayo de 1808. Como Pintor de Cámara que es debe retratar a Fernando VII quien, en último término, evitará que culmine el proceso incoado por la Inquisición contra el pintor por haber firmado láminas y grabados inmorales y por pintar la Maja Desnuda. A pesar de este gesto, la relación entre el monarca y el artista no es muy fluida; no se caen bien mutuamente. La Corte madrileña gusta de retratos detallistas y minuciosos que Goya no proporciona al utilizar una pincelada suelta y empastada. Esto provocará su sustitución como pintor de moda por el valenciano Vicente López. Goya inicia un periodo de aislamiento y amargura con sucesivas enfermedades que le obligarán a recluirse en la Quinta del Sordo, finca en las afueras de Madrid en la que realizará su obra suprema: las Pinturas Negras, en las que recoge sus miedos, sus fantasmas, su locura. En la Quinta le acompañaría su ama de llaves, Dª. Leocadia Zorrilla Weis, con quien tendrá una hija, Rosario. De su matrimonio con Josefa Bayeu había nacido su heredero, Francisco Javier. Goya está harto del absolutismo que impone Fernando VII en el país, así que en 1824 se traslada a Francia, en teoría a tomar las aguas al balneario de Plombières pero en la práctica a Burdeos, donde se concentraban todos sus amigos liberales exiliados. Aunque viajó a Madrid en varias ocasiones, sus últimos años los pasó en Burdeos donde realizará su obra final, la Lechera de Burdeos, en la que anticipa el Impresionismo. Goya fallece en Burdeos en la noche del 15 al 16 de abril de 1828, a la edad de 82 años. Sus restos mortales descansan desde 1919 bajo sus frescos de la madrileña ermita de San Antonio de la Florida, a pesar de que le falte la cabeza ya que parece que el propio artista la cedió a un médico para su estudio.
Los testimonios pictóricos de Goya sobre la guerra de la independencia pueden resumirse en sus dos grandes composiciones del 2 y del 3 de mayo, la serie de grabados de los Desastres de la guerra y este enigmático cuadro, que en el inventario de los bienes de Goya de 1812 lleva por título Un gigante, y que por similitud con un grabado recibe el nombre de El coloso, a pesar de que en el catálogo del Prado esté citado como El pánico.
Obra cabal en la producción goyesca, sin duda el tema esconde algún simbolismo: unos lo relacionan con un poema de J.B. Arriaza, "Profecía del Pirineo" que describe la aparición de un genio tutelar de España para luchar contra los ejércitos napoleónicos; lo fundamentan en el hecho de que el coloso está casi de espaldas a la multitud que huye, y por ello la versión de un genio protector en vez de amenazador. Más plausibles parecen las versiones del gigante como símbolo de Napoleón, o simplemente de los horrores de la guerra y, en última instancia, la posición de espaldas podría interpretarse como una sugerencia de que otro grupo despavorido huye en dirección opuesta, con lo que se complementaría la sensación de dispersión que se genera con la huida de carros y personas hacia la izquierda y cabezas de ganado hacia la derecha. Sólo un asno permanece impasible en medio del éxodo. Cabe subrayar que durante la guerra, Goya atribuye al asno -y a los animales parlantes- un simbolismo de cataclismo social y de inversión de valores: de esta forma se podría entender que el único que no huye es el menos sensible, el menos valioso, el que desempeñará un papel rector en una colectividad abandonada.
Técnicamente se inicia aquí el ciclo de lo que serán las pinturas negras. La intensidad en la utilización del negro y la agresividad de las manchas, producen una auténtica descomposición de las formas. La forma de aplicar el color es ya revolucionaria; por ejemplo, en las nubes que envuelven la cintura del gigante se distinguen empastes dados con el pincel y esparcidos, luego, con la espátula, procedimientos entonces insólito. Las figuras llevan pigmento sobre la pasta, lo que les confiere una fuerza dinámica; la sensación de movimiento agitado se obtiene, precisamente, con estos toques que parecen despegarse de las formas sólidas. El pintor obtiene efectos intensos simplemente sobreponiendo cosas o manchas cromáticas; de esta manera, el bosque de la derecha era, primitivamente, una montaña, y algunas manchas adicionales de negro le han dado esta impresión de bosque en tinieblas.
El cuadro debió de pintarse muy de prisa, en tres o cuatro sesiones, lo que contrasta con las técnicas lentas, estudiadas, sometidas a retoques continuos, de los pintores académicos. El detalle de las pequeñas figuras en caótico movimiento permite observar la evolución técnica del artista hacia un procedimiento de extraordinaria libertad, basado en una técnica de empaste de color en manchas deslavazadas y violentas.
Obra cabal en la producción goyesca, sin duda el tema esconde algún simbolismo: unos lo relacionan con un poema de J.B. Arriaza, "Profecía del Pirineo" que describe la aparición de un genio tutelar de España para luchar contra los ejércitos napoleónicos; lo fundamentan en el hecho de que el coloso está casi de espaldas a la multitud que huye, y por ello la versión de un genio protector en vez de amenazador. Más plausibles parecen las versiones del gigante como símbolo de Napoleón, o simplemente de los horrores de la guerra y, en última instancia, la posición de espaldas podría interpretarse como una sugerencia de que otro grupo despavorido huye en dirección opuesta, con lo que se complementaría la sensación de dispersión que se genera con la huida de carros y personas hacia la izquierda y cabezas de ganado hacia la derecha. Sólo un asno permanece impasible en medio del éxodo. Cabe subrayar que durante la guerra, Goya atribuye al asno -y a los animales parlantes- un simbolismo de cataclismo social y de inversión de valores: de esta forma se podría entender que el único que no huye es el menos sensible, el menos valioso, el que desempeñará un papel rector en una colectividad abandonada.
Técnicamente se inicia aquí el ciclo de lo que serán las pinturas negras. La intensidad en la utilización del negro y la agresividad de las manchas, producen una auténtica descomposición de las formas. La forma de aplicar el color es ya revolucionaria; por ejemplo, en las nubes que envuelven la cintura del gigante se distinguen empastes dados con el pincel y esparcidos, luego, con la espátula, procedimientos entonces insólito. Las figuras llevan pigmento sobre la pasta, lo que les confiere una fuerza dinámica; la sensación de movimiento agitado se obtiene, precisamente, con estos toques que parecen despegarse de las formas sólidas. El pintor obtiene efectos intensos simplemente sobreponiendo cosas o manchas cromáticas; de esta manera, el bosque de la derecha era, primitivamente, una montaña, y algunas manchas adicionales de negro le han dado esta impresión de bosque en tinieblas.
El cuadro debió de pintarse muy de prisa, en tres o cuatro sesiones, lo que contrasta con las técnicas lentas, estudiadas, sometidas a retoques continuos, de los pintores académicos. El detalle de las pequeñas figuras en caótico movimiento permite observar la evolución técnica del artista hacia un procedimiento de extraordinaria libertad, basado en una técnica de empaste de color en manchas deslavazadas y violentas.
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