29 juin 2006

Hay que dejar la vanidad a los que no tienen otra cosa que exhibir...

Les grandes baigneuses, Paul Cézanne, 1905.





Por consiguiente, lo que la conciencia experimenta del trabajo melancólico no es la pieza esencial de este, ni aquello a lo cual podemos atribuir una influencia sobre la solución de la enfermedad. Vemos que el yo se menosprecia y se enfurece contra sí mismo, y no comprendemos más que el enfermo adónde lleva eso y cómo puede cambiarse.

Es más bien a la pieza inconciente del trabajo a la que podemos« adscribir una operación tal; en efecto, no tardamos en discernir una analogía esencial entre el trabajo de la melancolía y el del duelo.Así como el duelo mueve al yo a renunciar al objeto declarándoselo muerto y ofreciéndole como premio el permanecer con vida, de igual modo cada batalla parcial de ambivalencia afloja la fijación de la libido al objeto desvalorizando este, rebajándolo; por así decir, también victimándolo.

De esa manera se da la posibilidad de que el pleito {Prozess} se termine dentro del Icc, sea después que la furia se desahogó, sea después que se resignó el objeto por carente de valor.No vemos todavía cuál de estas dos posibilidades pone fin a la melancolía regularmente o con la mayor frecuencia, ni el modo en que esa terminación influye sobre la ulterior trayectoria del caso.

Tal vez el yo pueda gozar de esta satisfacción: le es lícito reconocerse como el mejor, como superior al objeto.Por más que aceptemos esta concepción del trabajo melancólico, ella no nos proporciona la explicación que buscábamos. Esperábamos derivar de la ambivalencia que reina en la afección melancólica la condición económica merced a la cual, una vez trascurrida aquella, sobreviene la manta; esa expectativa pudo apoyarse en analogías extraídas de otros diversos ámbitos, pero hay un hecho frente al cual debe inclinarse.

De las tres premisas de la melancolía: pérdida del objeto, ambivalencia y regresión de la libido al yo, a las dos primeras las reencontramos en los reproches obsesivos tras acontecimientos de muerte. Ahí, sin duda alguna, es la ambivalencia el resorte del conflicto, y la observación muestra que, expirado este, no resta nada parecido al triunfo de una complexión maníaca.Nos vemos remitidos, pues, al tercer factor como el único eficaz.

Aquella acumulación de investidura antes ligada que se libera al término del trabajo melancólico y posibilita la manía tiene que estar en trabazón estrecha con la regresión de la libido al narcisismo. El conflicto en el interior del yo, que la melancolía recibe a canje de la lucha por el objeto, tiene que operar a modo de una herida dolorosa que exige una contrainvestidura grande en extremo.

Pero aquí, de nuevo, será oportuno detenernos y posponer el ulterior esclarecimiento de la manía hasta que hayamos obtenido una intelección sobre la naturaleza económica del dolor,primero del corporal, y después del anímico, su análogo.

Sabemos ya que la íntima trabazón en que se encuentran los intrincados problemas del alma nos fuerza a interrumpir, inconclusa, cada investigación, hasta que los resultados de otra puedan venir en su ayuda.

Comme tout ce qui existe est beau par la seule force qu'il a d'exister !

Inspiration, Jean-Honoré Fragonard, 1769




Se discurre de inmediato y con facilidad se consigna: la « representación (cosa) {Dingvorstellung} inconciente del objeto es abandonada por la libido». Pero en realidad esta representación se apoya en incontables representaciones singulares (sus huellas inconcientes), y la ejecución de ese quite de libido no puede ser un proceso instantáneo, sino, sin duda, como en el caso del duelo, un proceso lento que avanza poco a poco.¿Comienza al mismo tiempo en varios lugares o implica alguna secuencia determinada? No es fácil discernirlo; en los análisis puede comprobarse a menudo que ora este, ora estotro recuerdo son activados, y que esas quejas monocordes, fatigantes por su monotonía, provienen empero en cada caso de una diversa raíz inconciente.

Sí el objeto no tiene para el yo una importancia tan grande, una importancia reforzada por millares de lazos, tampoco es apto para causarle un duelo o una melancolía.Ese carácter, la ejecución pieza por pieza del desasimiento de la libido, es por tanto adscribible a la melancolía de igual modo que al duelo; probablemente se apoya en las mismas proporciones económicas y sirve a idénticas tendencias.

Pero la melancolía, como hemos llegado a saber, contiene algo más que el duelo normal. La relación con el objeto no es en ella simple; la complica el conflicto de ambivalencia. Esta es o bien constitucional, es decir, inherente a todo vínculo de amor de este yo, o nace precisamente de las vivencias que conllevan la amenaza de la pérdida del objeto. Por eso la melancolía puede surgir en una gama más vasta de ocasiones que el duelo, que por regla general sólo es desencadenado por la pérdida real, la muerte del objeto.

En la melancolía se urde una multitud de batallas parciales por el objeto; en ellas se enfrentan el odio y el amor, el primero pugna por desatar la libido del objeto, y el otro por salvar del asalto esa posición libidinal.A estas batallas parciales no podemos situarlas en otro sistema que el Icc, el reino de las huellas mnémicas de cosa {sachliche Erinnerungspuren} (a diferencia de las investiduras de palabra). Ahí mismo se efectúan los intentos de desatadura en el duelo, pero en este caso nada impide que ¿ales procesos prosigan por el camino normal que atraviesa el Prcc hasta llegar a la conciencia.

Este camino está bloqueado para el trabajo melancólico, quizás a consecuencia de una multiplicidad de causas o de la conjunción de estas.La ambivalencia constitucional pertenece en sí y por sí a lo reprimido, mientras que las vivencias traumáticas con el objeto pueden haber activado otro [material] reprimido. Así, de estas batallas de ambivalencia, todo se sustrae de la conciencia hasta que sobreviene el desenlace característico de la melancolía.

Este consiste, como sabemos, en que la investidura libidinal amenazada abandona finalmente al objeto, pero sólo para retirarse al lugar del yo del cual había partido.De este modo el amor se sustrae de la cancelación por su huida al interior del yo. Tras esta regresión de la libido, el proceso puede devenir conciente y se representa {repräsentiert} ante la conciencia como un conflicto entre una parte del yo y la instancia crítica.

25 juin 2006

Video meliora proboque deteriora sequor...

Ashes, Edvard Munch, 1894.





Si ahora reunimos esas dos indicaciones, resulta lo siguiente: En la manía el yo tiene que haber vencido a la pérdida del objeto (o al duelo por la pérdida, o quizás al objeto mismo), y entonces queda disponible todo el monto de contrainvestidura que el sufrimiento dolido de la melancolía había atraído sobre sí desde el yo y había ligado.

Cuando parte, voraz, a la búsqueda de nuevas investiduras de objeto, el maníaco nos demuestra también inequívocamente su emancipación del objeto que le hacía penar.
Este esclarecimiento suena verosímil, pero, en primer lugar, está todavía muy poco definido y, en segundo, hace añorar más preguntas y dudas nuevas que las que podemos nosotros responder. No queremos eludir su discusión, aun si no cabe esperar que a través de ella hallaremos el camino hacia la claridad.

En primer término: El duelo normal vence sin duda la pérdida del objeto y mientras persiste absorbe de igual modo todas las energías del yo. ¿Por qué después que trascurrió no se establece también en él, limitadamente, la condición económica para una fase de triunfo? Me resulta imposible responder a esa objeción de improviso. Ella nos hace notar que ni siquiera podemos decir cuáles son los medios económicos por los que el duelo consuma su tarea; pero quizá pueda valernos aquí una conjetura.
Para cada uno de los recuerdos y de las situaciones de expectativa que muestran a la libido anudada con el objeto perdido, la realidad pronuncia su veredicto: El objeto ya no existe más; y el yo, preguntado, por así decir, si quiere compartir ese destino, se deja llevar por la suma de satisfacciones narcisistas que le da el estar con vida y desata su ligazón con el objeto aniquilado. Podemos imaginar que esa desatadura se cumple tan lentamente y tan paso a paso que, al terminar el trabajo, también se ha disipado el gasto que requería.

Es tentador buscar desde esa conjetura sobre el trabajo del duelo el camino hacia una figuración del trabajo melancólico. Aquí nos ataja de entrada una incertidumbre. Hasta ahora apenas hemos considerado el punto de vista tópico en el caso de la melancolía, ni nos hemos preguntado por los sistemas psíquicos en el interior de los cuales y entre los cuales se cumple su trabajo.


¿Cuánto de los procesos psíquicos de la afección se juega todavía en las investiduras de objeto inconcientes que se resignaron, y cuánto dentro del yo, en el sustituto de ellas por identificación?

Se puede confiar en las malas personas, no cambian jamás...

María Magdalena, El Greco, Domenikos Theotokopoulos , 1580.




No puedo prometer que ese intento se logre plenamente. Es que no va más allá de la posibilidad de una primera orientación. Aquí se nos ofrecen dos puntos de apoyo: el primero es una impresión psicoanalítica, y el otro, se estaría autorizado a decir, una experiencia económica general. La impresión, formulada ya por varios investigadores psicoanalíticos, es esta: la manía no tiene un contenido diverso de la melancolía, y ambas afecciones pugnan con el mismo «complejo», al que el yo probablemente sucumbe en la melancolía, mientras que en la manía lo ha dominado o lo ha hecho a un lado.

El otro apoyo nos lo brinda la experiencia según la cual en todos los estados de alegría, júbilo o triunfo, que nos ofrecen el paradigma normal de la manía, puede reconocerse idéntica conjunción de condiciones económicas.En ellos entra en juego un influjo externo por el cual un gasto psíquico grande, mantenido por largo tiempo o realizado a modo de un hábito, se vuelve por fin superfluo, de suerte que queda disponible para múltiples aplicaciones y posibilidades de descarga.

Por ejemplo: cuando una gran ganancia de dinero libera de pronto a un pobre diablo de la crónica preocupación por el pan de cada día, cuando una larga y laboriosa brega se ve coronada al fin por el éxito, cuando se llega a la situación de poder librarse de golpe de una coacción oprimente, de una disimulación arrastrada de antiguo, etc.Esas situaciones se caracterizan por el empinado talante, las marcas de una descarga del afecto jubiloso y una mayor presteza para emprender toda clase de acciones, tal como ocurre en la manía y en completa oposición a la depresión y a la inhibición propias de la melancolía.

Podemos atrevernos a decir que la manía no es otra cosa que un triunfo así, sólo que en ella otra vez queda oculto para el yo eso que él ha vencido y sobre lo cual triunfa. A la borrachera alcohólica, que se incluye en la misma serie de estados, quizá se la pueda entender de idéntico modo (en la medida en que sea alegre); es probable que en ella se cancelen, por vía tóxica, unos gastos de represión.Los legos se inclinan a suponer que en tal complexión maníaca se está tan presto a moverse y a acometer empresas porque se tiene «brío».

Desde luego, hemos de resolver ese falso enlace. Lo que ocurre es que en el interior de la vida anímica se ha cumplido la mencionada condición económica, y por eso se está de talante tan alegre, por un lado, y tan desinhibido en el obrar, por el otro.

24 juin 2006

Il genio non è chi dà le risposte, ma chi pone le vere domande...

Uvas y melón, Bartolomé Esteban Murillo, 1650.




La melancolía nos plantea todavía otras preguntas cuya respuesta se nos escapa en parte. La mancomuna al duelo este rasgo: pasado cierto tiempo desaparece sin dejar tras sí graves secuelas registrables. Con relación a aquel nos enteramos de que se necesita tiempo para ejecutar detalle por detalle la orden que dimana del examen de realidad; y cumplido ese trabajo, el yo ha liberado su libido del objeto perdido. Un trabajo análogo podemos suponer que ocupa al yo durante la melancolía; aquí como allí nos falta la comprensión económica del proceso.

El insomnio de la melancolía es sin duda testimonio de la pertinacia de ese estado, de la imposibilidad de efectuar el recogimiento general de las investiduras que el dormir requiere.El complejo melancólico se comporta como una herida abierta, atrae hacia sí desde todas partes energías de investidura (que en las neurosis de trasferencia hemos llamado « contra investiduras » ) y vacía al yo hasta el empobrecimiento total; es fácil que se muestre resistente contra el deseo de dormir del yo.

Un factor probablemente somático, que no ha de declararse psicógeno, es el alivio que por regla general recibe ese estado al atardecer. Estas elucidaciones plantean un interrogante: si una pérdida del yo sin miramiento por el objeto (una afrenta del yo puramente narcisista) no basta para producir el cuadro de la melancolía, y si un empobrecimiento de la libido yoica, provocado directamente por toxinas, no puede generar ciertas formas de la afección.

La peculiaridad más notable de la melancolía, y la más menesterosa de esclarecimiento, es su tendencia a volverse del revés en la manía, un estado que presenta los síntomas opuestos. Según se sabe, no toda melancolía tiene ese destino.Muchos casos trascurren con recidivas periódicas, y en los intervalos no se advierte tonalidad alguna de manía, o se la advierte sólo en muy escasa medida. Otros casos muestran esa alternancia regular de fases melancólicas y maníacas que ha llevado a diferenciar la insania cíclica.

Estaríamos tentados de no considerar estos casos como psicógenos si no fuera porque el trabajo psicoanalítico ha permitido resolver la génesis de muchos de ellos, así como influirlos en sentido terapéutico. Por tanto, no sólo es lícito, sino hasta obligatorio, extender un esclarecimiento analítico de la melancolía también a la manía.

21 juin 2006

While I thought that I was learning how to live, I have been learning how to die...

Rettrato di Leda, Leonardo da Vinci, 1505.





Sólo este sadismo nos revela el enigma de la inclinación al suicidio por la cual la melancolía se vuelve tan interesante y... peligrosa. Hemos individualizado como el estado primordial del que parte la vida pulsional un amor tan enorme del yo por sí mismo, y en la angustia que sobreviene a consecuencia de una amenaza a la vida vemos liberarse un monto tan gigantesco de libido narcisista, que no entendemos que ese yo pueda avenirse a su autodestrucción. Desde hace mucho sabíamos que ningún neurótico registra propósitos de suicidio que no vuelva sobre sí mismo a partir del impulso de matar a otro, pero no comprendíamos el juego de fuerzas por el cual un propósito así pueda ponerse en obra.

Ahora el análisis de la melancolía nos enseña que el yo sólo puede darse muerte si en virtud del retroceso de la investidura de objeto puede tratarse a sí mismo como un objeto, si le es permitido dirigir contra sí mismo esa hostilidad que recae sobre un objeto y subroga la reacción originaria del yo hacia objetos del mundo exterior.

Así, en la regresión desde la elección narcisista de objeto, este último fue por cierto cancelado, pero probó ser más poderoso que el yo mismo. En las dos situaciones contrapuestas del enamoramiento más extremo y del suicidio, el yo, aunque por caminos enteramente diversos, es sojuzgado por el objeto.

Además, respecto de uno de los caracteres llamativos de la melancolía, el predominio de la angustia de empobrecimiento, es sugerente admitir que deriva del erotismo anal arrancado de sus conexiones y mudado en sentido regresivo.

12 juin 2006

Griffer quelqu'un, c'est encore une façon de toucher sa peau...

The Dead Mother, Edvard Munch, 1900.


Psychoses préséniles (1)

La mélancolie d'involution


Les psychoses préséniles se prêtent bien plus à la recherche de liens plus vivants entre les troubles mentaux d'involution et le phénomène de vieillissement. Au cours de ces psychoses, le processus démentiel est à l'arrière-plan, la personnalité humaine reste plus ou moins conservée, les malades ont souvent conscience de leur état et en souffrent, restent accessibles à notre compréhension et permettent ainsi de faire un rapprochement que la démence sénile exclut entièrement.Diverses classifications des psychoses préséniles ont été proposées. Elles ont été groupées, entre autres, en trois catégories les formes dépressives, les formes délirantes et les formes démentielles. Mais ce chapitre reste un des plus controversés en psychiatrie clinique. Cette discussion pourtant, sans être close, a apporté de nouvelles données à la psychopathologie.

C'est la mélancolie d'involution qui a été la plus discutée et en conséquence la mieux étudiée. Parmi les causes psychologiques de cette forme de mélancolie, on cite également les sentiments déprimants qui accompagnent la certitude de vieillir sentiments de déchéance progressive, remords, regrets, crainte de la mort. Les symptômes cardinaux sont pourtant les mêmes qu'au cours de tout accès mélancolique dépression, tristesse, souffrance morale, idées délirantes habituelles d'auto-accusation, de culpabilité, de ruine, d'indignité, tendance au suicide, parfois anxiété intense.

Cette similitude de symptômes explique les difficultés diagnostiques et nosographiques soulevées par le problème de l'autonomie de la mélancolie d'involution.Quelques particularités ont été cependant signalées. Les idées de persécution, assez rares au cours des accès mélancoliques de la psychose circulaire, sont relativement fréquentes chez les préséniles.

Elles prennent souvent la forme d'idées de préjudice causé par des parents proches. Comme l'âge avancé prédispose à la méfiance et rétrécit en même temps le cercle des intérêts, un lien semble pouvoir être établi entre ces particularités de la vieillesse et les idées de persécution et de préjudice limitées à l'entourage immédiat. En outre, contrairement à ce qu'on voit chez les mélancoliques habituels, l'inhibition, selon certains auteurs, ferait défaut au cours de la mélancolie d'involution.

Cela se comprend. Là où l'individu est en pleine activité, l'inhibition est nécessaire pour arrêter cette activité là, par contre, où cette activité, comme cela a lieu au cours de la vieillesse, se ralentit et flanche, cette déchéance, ressentie douloureusement, peut servir d'elle-même, comme il a été dit plus haut, de porte d'entrée à un état mélancolique.Le pronostic de la mélancolie d'involution est incertain et difficile à prévoir. Les cas paraissant légers deviennent parfois chroniques, et inversement. Dans les cas chroniques, les états terminaux sont caractérisés par une monotonie de l'idéation qui reste fixée au contenu de la psychose, sans état démentiel à proprement parler.

On note, avec une relative fréquence, la présence de facteurs hystériques. La façon d'être de ces malades a parfois quelque chose de théâtral et comporte un élément de mise en scène, peut-être parce qu'à la suite du sentiment d'insécurité et de déchéance que crée la vieillesse, ils cherchent plus que les autres mélancoliques à attirer sur eux l'attention de leurs semblables, d'obtenir d'eux aide, protection, compassion. Dans les cas extrêmes ces malades se présentent comme de "faux mélancoliques".

08 juin 2006

Primum Vivere...

La fille de Jephté, Edouard Debat-Ponsan 1890.



«Les vers 559-560 nous donnent la position d'antigone à l'égard de la vie - elle dit que son âme est morte depuis longtemps, qu'elle est destinée à venir en aide, (ophélein) - c'est le même mot dont nous avons parlé à propos d'Ophélie - à venir en aide aux morts.»

«Electre est par certains côtés un véritable doublet d'Antigone - morte dans la vie, dit-elle, je suis déjà morte à tout. Et d'ailleurs, au moment suprême, où Oreste fait sauter le pas à Egisthe, il lui dit - Te rends-tu compte que tu parles à des gens qui sont comme des morts ? Tu ne parles pas à des vivants.»

(Plutôt, ne pas être). C'est là la préférence sur laquelle doit se terminer une existence humaine, celle d'Œdipe, si parfaitement achevée que ce n'est pas de la mort de tous qu'il meurt, à savoir une mort accidentelle, mais de la vraie mort, où lui-même raye son être. C'est une malédiction consentie, de cette vraie subsistance qu'est celle de l'être humain, subsistance dans la soustraction de lui-même à l'ordre du monde. Cette attitude est belle, et comme on dit dans le madrigal, deux fois belle d'être belle. Œdipe nous montre où s'arrête la zone limite intérieure du rapport au désir.

Dans toute expérience humaine, cette zone est toujours rejetée au-delà de la mort, puisque l'être humain commun règle sa conduite sur ce qu'il faut faire pour ne pas risquer l'autre mort, celle qui consiste simplement à claquer le bec. Les questions d'être sont toujours rejetées à plus tard, ce qui ne veut pas dire qu'elles ne soient pas là à l'horizon.

A dying man needs to die, as a sleepy man needs to sleep, and there comes a time when it is wrong, as well as useless, to resist...

Giove ed Io, Antonio Allegri Correggio, 1532.




«Une année après Le Moi et le Ca, dans «le problème économique du masochisme» (1924) - appendice de l'essai de 1923 -, Freud ira encore plus loin. Il distinguera entre le masochisme du surmoi, responsable d'une «resexualisation» de la morale, et le masochisme du Moi, d'origine mystérieuse, qui fait encore plus obstacle à la cure que le précédent. Car le masochisme du Surmoi est l'expression liée des pulsions de mort ; n'oublions pas que le surmoi est aussi une «Puissance Protectrice du Destin» dont on peut dire qu'il sauvegarde l'individu en maintenant les prohibitions majeures édictées par la société. Tandis que le masochisme du Moi refléterait l'imprégnation diffuse de l'appareil psychique par une destructivité excessive répartie dans toutes les instances, à l'état non lié, donc non maîtrisé.»

-«L'impossibilité du projet, chez le mélancolique, rejoint l'interdiction de la chronologie et, par là même, l'ubiquité du néant duquel il émerge à peine ; il erre ainsi dans une sorte d'entre-deux-vies ou entre-deux morts indéfinissable, et l'irruption de l'événement vient briser la composition purement imaginaire de son environnement au point de le faire retourner au néant originel.

Acusar a la maldad ... es excusarnos a nosotros mismos.

Toledo, Domenikos Theotokopoulos " El Greco", 1596.




Por tanto, la melancolía toma prestados una parte de sus caracteres al duelo, y la otra parte a la regresión desde la elección narcisista de objeto hasta el narcisismo. Por un lado, como el duelo, es reacción frente a la pérdida real del objeto de amor, pero además depende de una condición que falta al duelo normal o lo convierte, toda vez que se presenta, en un duelo patológico. La pérdida del objeto de amor es una ocasión privilegiada para que campee y salga a la luz la ambivalencia de los vínculos de amor. Y por eso, cuando preexiste la disposición a la neurosis obsesiva, el conflicto de ambivalencia presta al duelo una conformación patológica y lo compele a exteriorizarse en la forma de unos autorreproches, a saber, que uno mismo es culpable de la pérdida del objeto de amor, vale decir, que la quiso.

En esas depresiones de cuño obsesivo tras la muerte de personas amadas se nos pone por delante eso que el conflicto de ambivalencia opera por sí solo cuando no es acompañado por el recogimiento regresivo de la libido. Las ocasiones de la melancolía rebasan las más de las veces el claro acontecimiento de la pérdida por causa de muerte y abarcan todas las situaciones de afrenta, de menosprecio y de desengaño en virtud de las cuales puede instilarse en el vínculo una oposición entre amor y odio o reforzarse una ambivalencia preexistente.

Este conflicto de ambivalencia, de origen más bien externo unas veces, más bien constitucional otras, no ha de pasarse por alto entre las premisas de la melancolía. Si el amor por el objeto -ese amor que no puede resignarse al par que el objeto mismo es resignado- se refugia en la identificación narcisista, el odio se ensaña con ese objeto sustitutivo insultándolo, denigrándolo, haciéndolo sufrir y ganando en este sufrimiento una satisfacción sádica.

Ese automartirio de la melancolía, inequívocamente gozoso, importa, en un todo como el fenómeno paralelo de la neurosis obsesiva, la satisfacción de tendencias sádicas y de tendencias al odio que recaen sobre un objeto y por la vía indicada han experimentado una vuelta hacia la persona propia. En ambas afecciones suelen lograr los enfermos, por el rodeo de la autopunición, desquitarse de los objetos originarios y martirizar a sus amores por intermedio de su condición de enfermos, tras haberse entregado a la enfermedad a fin de no tener que mostrarles su hostilidad directamente. Y por cierto, la persona que provocó la perturbación afectiva del enfermo y a la cual apunta su ponerse enfermo se hallará por lo común en su ambiente más inmediato.

Así, la investidura de amor del melancólico en relación con su objeto ha experimentado un destino doble; en una parte ha regresado a la identificación, pero, en otra parte, bajo la influencia del conflicto de ambivalencia, fue trasladada hacia atrás, hacia la etapa del sadismo más próxima a ese conflicto.

La pintura es mas fuerte que yo, siempre consigue que haga lo que ella quiere...

Bacchus, Leonardo da Vinci, 1510.

Hay algo que se colige inmediatamente de las premisas y resultados de tal proceso. Tiene que haber existido, por un lado, una fuerte fijación en el objeto de amor y, por el otro y en contradicción a ello, una escasa resistencia de la investidura de objeto. Según una certera observación de Otto Rank, esta contradicción parece exigir que la elección de objeto se haya cumplido sobre una base narcisista, de tal suerte que la investidura de objeto pueda regresar al narcisismo si tropieza con dificultades. La identificación narcisista con el objeto se convierte entonces en el sustituto de la investidura de amor, lo cual trae por resultado que el vínculo de amor no deba resignarse a pesar del conflicto con la persona amada. Un sustituto así del amor de objeto por identificación es un mecanismo importante para las afecciones narcisistas; hace poco tiempo Karl Landauer ha podido descubrirlo en el proceso de curación de una esquizofrenia ( 1914).

Desde luego, corresponde a la regresión desde un tipo de elección de objeto al narcisismo originario. En otro lugar hemos consignado que la identificación es la etapa previa de la elección de objeto y es el primer modo, ambivalente en su expresión, como el yo distingue a un objeto. Querría incorporárselo, en verdad, por la vía de la devoración, de acuerdo con la fase oral o canibálica del desarrollo libidinal. A esa trabazón reconduce Abraham, con pleno derecho, la repulsa de los alimentos que se presenta en la forma grave del estado melancólico.

La inferencia que la teoría pide, a saber, que en todo o en parte la disposición a contraer melancolía se remite al predominio del tipo narcisista de elección de objeto, esdichadamente aún no ha sido confirmada por la investigación. En las frases iniciales de este estudio confesé que el material empírico en que se basa es insuficiente para garantizar nuestras pretensiones. Si pudiéramos suponer que la observación concuerda con las deducciones que hemos hecho, no vacilaríamos en incluir dentro de la característica de la melancolía la regresión desde la investidura de objeto hasta la fase oral de la libido que pertenece todavía al narcisismo.

Tampoco son raras en las neurosis de trasferencia identificaciones con el objeto, y aun constituyen un conocido mecanismo de la formación de síntoma, sobre todo en el caso de la histeria. Pero tenemos derecho a diferenciar la identificación narcisista de la histérica porque en la primera se resigna la investidura de objeto, mientras que en la segunda esta persiste y exterioriza un efecto que habitualmente está circunscrito a ciertas acciones e inervaciones singulares. De cualquier modo, también en las neurosis de trasferencia la identificación expresa una comunidad que puede significar amor. La identificación narcisista es la más originaria, y nos abre la comprensión de la histérica, menos estudiada.